El Patrimonio Cultural constituye una rica herencia histórica
ante la que las generaciones presentes tenemos una irrenunciable responsabilidad,
por cuanto que este Patrimonio representa el testimonio vivo de lo mejor
que multitud de hombres y mujeres de todas las épocas han realizado.
Conservar el Patrimonio equivale a mostrar el respeto que debemos hacia
el legado de innumerables generaciones de congéneres que nos
han precedido, al tiempo que entregamos el testigo de nuestra tradición
cultural a las siguientes.
Al preservar el Patrimonio Cultural las generaciones actuales estamos
sirviendo de puente y ligazón entre pasado, presente y futuro,
y, al hacerlo, nos reconocemos y nos sentimos partícipes de una
tradición cultural construida a lo largo de milenios, de la cual,
a su vez, extraemos nuestras señas
de identidad y nuestro sentido de
pertenencia. Nuestro Patrimonio Cultural hace también
posible la experiencia estética de lo bello cuando gozamos con
su contemplación, y es, al mismo tiempo, una herramienta de valor
incalculable para el conocimiento de nuestro propio pasado.
Además, en los últimos decenios, el Patrimonio Cultural,
a través del turismo cultural y de otras vías de transferencia,
se vislumbra, cada vez con más fuerza, como un importantísimo
recurso económico capaz contribuir a la mejora de las
condiciones de vida de muchos de nuestros conciudadanos.
Esta valiosísima herencia cultural no está exenta de peligros.
El primero de ellos se deriva del carácter irrepetible de los
elementos que la integran. El Patrimonio Cultural, en su mayor parte
de carácter material (edificios, monumentos, patrimonio mueble,
etc.) está sujeto, como toda cosa material, al peligro de degeneración
e incluso de pérdida, peligro que puede deberse a innumerables
causas: expolio, mal uso, incuria, preservación inadecuada, mero
paso del tiempo, fenómenos naturales, etc., sin contar las debidas
a las intervenciones humanas que, ya sea por ignorancia, por error o
por intereses bastardos, causan voluntaria o involuntariamente su destrucción.
La aparición del turismo cultural, cuyo número aumenta
de año en año, acarrea por su parte, consecuencias trascendentales
para la conservación del Patrimonio. Es, por una parte, una realidad
que tiene una importantísima trascendencia económica y
que contribuye a que muchos españoles mejoren su nivel de vida.
Por otra parte, decenas y aún cientos de miles de visitantes
desfilando año tras año por un mismo sitio cultural no
deja de tener un indudable impacto negativo sobre su adecuada conservación.
Un enfoque del Patrimonio Cultural en el que se prime su aspecto de
recurso económico no está exento de peligros: baste remitirse
a las conclusiones del foro de Sri Lanka de 1993, que alertaba sobre
el riesgo de trivialización del Patrimonio, e incluso de su desaparición
física como consecuencia de las masas de visitantes.
Esta ambivalencia, esta tensión, entre la explotación
de nuestro Patrimonio como recurso económico, por un lado, y
nuestra responsabilidad moral hacia su preservación para el futuro,
por otro, es sólo uno de entre una multitud de temas preocupantes
y susceptibles de debate social que se podría citar. Y ello lleva
a la conclusión de que la confluencia de tantos y tan complejos
aspectos sobre el hecho cultural de nuestro Patrimonio, lejos de todo
criterio voluntarista o amateur, hace imprescindible una gestión
profesionalizada del mismo.